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¿Por qué las navidades tienen un toque de tristeza?

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  Llevando a lavar el auto aquí en Ventanilla, Perú, me tocó la atención de un lavador venezolano que cuando uno de sus compañeros (peruano) le hizo referencia de dónde iba a pasar la navidad, el tipo rompió en llanto. Le dije que se tranquilice que es un día cualquiera donde amanece y anochece, que todo depende del sentido que cada uno le dé, pero no funcionó, el dolor que le traía la añoranza por su familia lejana podía más, esto me llamó a reflexionar sobre el tema.       Cuando pequeño las navidades eran completamente alegres. La tradición era pasarla en Lima en la casa de mis abuelos paternos, salvo uno que otro año excepcional que la pasábamos en provincia. La nochebuena consistía en bañarse, ponerse ropa nueva muchas veces confeccionada por mi abuela o por mi mamá y salir a la calle con mi primo Lalo y los amigos de la cuadra a reventar cuetones, cuetecillos y chispitas. Sin ningún remordimiento de conciencia pues la ignorancia no nos hacía sospechar el daño que se les hacía a

Trabajando para Papá Noel

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  A veces se confunde a los que gastamos solo lo que tenemos como tacaños o devotos de la virgen del puño. Popularmente se dice que hay un precepto hermético que manifiesta que lo semejante atrae lo semejante, esto puede haber ocurrido cuando hice sociedad con mi tocayo a quien conocí trabajando en una empresa industrial. El negocio exigía uno que otro viaje al extranjero: primero al Ecuador y posterior a Chile. Haciendo un balance de gastos en el viaje a tierras ecuatorianas, mi tocayo dedujo en base a cálculos que, para el siguiente viaje a Santiago de Chile, podíamos hacer unos ajustes al presupuesto y llegar a menor costo. Cuando me presentó su plan no pude estar más de acuerdo. Obviamente viajamos por tierra pues disponíamos de tiempo, nos proveímos para el viaje de Lima a Tacna con gran cantidad de fruta, comimos hasta hartarnos y no gastamos prácticamente nada adicional en el viaje, digo prácticamente debido a un mínimo gasto en alquiler de baños en el terminal de Tacna puesto

Los magos de la Pamplona

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  A finales de la década de los 80 en la urbanización aledaña a la ciudad universitaria de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde estudiaba ingeniería química, apareció un nuevo paradero inicial de buses denominados por el cariño popular como “el Pamplona”. Me cayó de perillas pues con un solo pasaje llegaba hasta el puente Atocongo muy cerca a donde vivía. También en ese bus logré enamorarme de una pasajera, estudiante también, así que los beneficios aumentaron con el tiempo. Como era el paradero inicial siempre lo tomábamos vacío y podíamos elegir cualquier asiento, con esa ventaja nos las ingeniábamos para escoger uno que no nos exponga a tener que ceder el asiento. Observando a los pasajeros, muchos ya se hacían conocidos por ser repetitivos, pero justamente después que mi amiga se bajaba, frecuentemente subían dos tipos a los que llamé “los magos”. Era sorprendente la habilidad para abrir carteras, mochilas, extraer billeteras, sin ser descubiertos. ¡Qué cara habré

Los aretes

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  “Los aretes que le faltan a la luna los tengo guardados para hacerte un collar, los hallé una mañana en la bruma cuando caminaba junto al inmenso mar”. José Dolores Quiñones. El frío de Santiago hacía inevitable disfrutar la calidez de un buen cigarrillo pese a las advertencias de su médico, cada vez soportaba menos pasos sin agitarse, y los accesos de tos cuando venían se hacían inacabables, pero esa sensación de tener papas en la espalda contrario a los consejos se aliviaba con un cigarrillo. –En verano, ¿vamos a Viña? –ella quería vivir antologías con él, cuando se ponía fría y racional, buscaba información, esas molestias tenían mala pinta, y su actitud no era la de un luchador sino de abandonarse satisfecho de haber vivido a su suerte disfrutando lo que queda al máximo. –Tú pensando en el verano y yo que me caigo a pedazos. –Pero ¿por qué no la luchas? ¿por qué te abandonas? ¿es que no quieres vivir más tiempo conmigo? –No es eso, no es que no te quiera, pero ¿no has visto cuánt

El piña

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Cuando el piña me dijo que quería acompañarme al estadio al siguiente partido no sabía cómo decirle que no. Tampoco me lo quería perder, pero no me la quería jugar, no estábamos para riesgos, el campeonato estaba cerca. El piña era un piña comprobado, ¿por qué lo digo? Acostumbrado a ir al estadio siguiendo al equipo para todos lados, un día el piña –cuando todavía no era el piña–, me pidió acompañarme. No me hice de rogar, el piña se sabía todos los cánticos de la barra y siempre ha tenido temas interesantes de conversación. Ese día era contra un equipo de media tabla. Estábamos de local, el triunfo era casi un simple trámite. El equipo de nuestros amores salió con todo, el rival, sabiéndose inferior se tiró atrás hizo un cerrojo y no sé si consecuencia del planteamiento pero nuestros delanteros, ese preciso día, no estaban lúcidos. No embocaron una. Un contragolpe nos mató. Perdimos. Así es el fútbol. El siguiente partido ganamos y el siguiente y el siguiente. Hasta que el piña me di

Ni un paso atrás, la vida continúa

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Una mañana rutinaria de primavera en una planta industrial en el Callao. Ocupado con los análisis en el laboratorio de control de calidad, yendo a planta a muestrear, analizar y comunicar. En esa frenética tarea diaria, me acompaña una radio con la misma estación de ayer, con el mismo locutor de ayer, los mismos chistes y las mismas canciones a las mismas horas. Los aromas también son los mismos, del comedor cercano llegan olores a fritangas y cafés junto con sonidos de murmullos de los comensales provenientes del turno de amanecida y uno que otro que empieza el día tratando de animarse comiendo. Pero hubo un ligero olor que reconocí al instante como amoniaco. De inmediato me acerqué a la refrigeradora donde se guarda el hidróxido de amonio y todo estaba sin novedad: el frasco reposaba ámbar y tranquilo conteniendo el compuesto. Pero el olor amoniacal llegaba cada vez más intenso. Abrí la puerta del laboratorio para ventilar y la intensidad aumentó. Recordé que la fábrica vecina utiliz

No era tóxica, ¡sabía toxicología!

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  Ante la pandemia por el virus SARS-COV-2 poco a poco mediante el resultado del trabajo científico se va aprendiendo más, pero en ese ínterin empiezan a pulular por redes gran cantidad de teorías conspirativas e inspiradoras soluciones mágicas sin ninguna evidencia ni la rigurosidad del método científico. En ese contexto apareció el dióxido de cloro como panacea, los que lo defendían apelaban a una extraña lógica que confundía la limpieza de superficies con los compuestos químicos que se utilizan como medicina. Desde la aparición del WhatsApp se han formado grupos de amigos de las más diversas épocas de la vida: del colegio, la academia, el instituto, la universidad, los trabajos, etc. En el grupo de la universidad el debate estaba candente, por mi parte que con los años me he vuelto escéptico en casi todo aspecto, me inclinaba por los que no aceptaba (ni lo acepto) al dióxido de cloro como medicina. Los dejé discutiendo y me fui donde Wilfredo más conocido como Willy “el mecá

¿Qué sienten los que duermen en cuidados intensivos?

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    El verano llegó a Ventanilla donde todo es sol y alegría. Después de 2 años de pandemia por la infección que provocó el SARS-COV-2 por fin gracias a la vacunación masiva, la fiesta en la playa volvería al distrito. Pero ocurrió lo impensado: la empresa Repsol nos contaminó el mar con miles de barriles de petróleo. Ahora el ventanillense tendrá que buscar otras opciones de playas más lejanas, quizás por ello el especialista local en radiadores ardía no solo por el sol inclemente sino por el trabajo sin pausa, el radiador de mi auto necesitaba su auxilio urgente para que el motor pase fresco el verano En un organizado canchón en la auxiliar de la avenida Néstor Gambeta, entre la polvareda del viento marítimo casi fresco, podemos encontrar diversos negocios automotrices: un lavadero de autos, especialistas en frenos, suspensiones, planchadores, pintores y por supuesto a Willy el “radiadólogo”. Habría que esperar, cuatro vehículos antes que el mío. Provecho Willy. Pero en ese esperar