El piña
Cuando el piña me dijo que quería acompañarme al
estadio al siguiente partido no sabía cómo decirle que no. Tampoco me lo quería
perder, pero no me la quería jugar, no estábamos para riesgos, el campeonato
estaba cerca.
El piña era un piña comprobado, ¿por qué lo digo?
Acostumbrado a ir al estadio siguiendo al equipo para todos lados, un día el
piña –cuando todavía no era el piña–, me pidió acompañarme. No me hice de
rogar, el piña se sabía todos los cánticos de la barra y siempre ha tenido
temas interesantes de conversación.
Ese día era contra un equipo de media tabla.
Estábamos de local, el triunfo era casi un simple trámite. El equipo de
nuestros amores salió con todo, el rival, sabiéndose inferior se tiró atrás
hizo un cerrojo y no sé si consecuencia del planteamiento pero nuestros
delanteros, ese preciso día, no estaban lúcidos. No embocaron una. Un
contragolpe nos mató. Perdimos. Así es el fútbol.
El siguiente partido ganamos y el siguiente y el
siguiente. Hasta que el piña me dijo: “jugamos contra el colero, venimos en
racha. Te acompaño al estadio”. Y como con un dato no podemos tildar de piña a
nadie –la evidencia empírica está primero–, acepté ir al estadio nuevamente con
él. Fue mágico. Los efectos del balón se volvieron defectos. Nuestros jugadores
parecían con los chimpunes puestos al revés, y un furibundo remate lejano, sin
ningún peligro, una galletita para nuestro portero provoca un rebote, una
pelotera y gol del colero. Empecé a sospechar del piña. Para evitar cualquier
duda, yo mismo fui el que lo invitó al siguiente partido: era contra un equipo
de media tabla para abajo. Aquella derrota nos lo confirmó. Ese pata era piña.
–¿Y ahora qué hago? –me dije. El piña quería ir.
Estimaba al piña, no podía romperle el entusiasmo –. No voy a poder ir al
estadio –se me ocurrió mentirle.
–No te preocupes, si quieres lo vemos juntos por
televisión –me respondió.
–¡Ah ya! ¡Bacán! –le volví a mentir, después pondría
cualquier pretexto, igual lo importante era tenerlo alejado de este partido,
que, si bien no era precisamente una final, pero era importante ganarlo para
mantener el primer lugar.
Con la anticipación debida, fui a comprar mi
entrada, cuando salía de la boletería, siento la mirada del piña.
–Mira te animaste a ir, yo también ya tengo mi
entrada, ¡vamos juntos como siempre! –y empezó a cantar uno de los cánticos de
nuestro querido equipo.
Aquella vez perdimos por goleada. Le dije en su
cara pelada con la piconería fresca: “tú eres el piña carajo”. Nunca más
volvimos a ir juntos al estadio. Después de un partido con Argentina en Lima,
lo encontré. Estaba ronco.
–Estoy afónico porque fui ayer al estadio a
alentar a la selección.
Aquella vez perdimos. Ya no me importó las tácticas de los equipos, ni tampoco la ausencia o presencia de jugadores decisivos en ambos bandos. El hecho que haya ido el piña, lo explicaba todo.
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