Los magos de la Pamplona

 


A finales de la década de los 80 en la urbanización aledaña a la ciudad universitaria de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde estudiaba ingeniería química, apareció un nuevo paradero inicial de buses denominados por el cariño popular como “el Pamplona”. Me cayó de perillas pues con un solo pasaje llegaba hasta el puente Atocongo muy cerca a donde vivía. También en ese bus logré enamorarme de una pasajera, estudiante también, así que los beneficios aumentaron con el tiempo.

Como era el paradero inicial siempre lo tomábamos vacío y podíamos elegir cualquier asiento, con esa ventaja nos las ingeniábamos para escoger uno que no nos exponga a tener que ceder el asiento.

Observando a los pasajeros, muchos ya se hacían conocidos por ser repetitivos, pero justamente después que mi amiga se bajaba, frecuentemente subían dos tipos a los que llamé “los magos”. Era sorprendente la habilidad para abrir carteras, mochilas, extraer billeteras, sin ser descubiertos. ¡Qué cara habré puesto!, y con qué concentración observaría el espectáculo, que uno de ellos me quedó mirando, me guiñó el ojo y me hizo el ademán de silencio. Lo más increíble fue en una ocasión cuando ya para bajarse uno de los magos observó a un niño de aproximadamente 12 años vestido con un buzo con bolsillos con cierre, este como último espectáculo le abrió el bolsillo y vació su sencillito sin que el menor sospeche algo. Unos magos los tipos.

En aquella época, paralelo a mis estudios había emprendido con un amigo estudiante de ingeniería económica de la UNI un negocio de fabricación de jabones para lavar ropa (fuimos los primeros en ponerle puntitos azules, y en sacar jabón de color celeste), en la azotea de su casa en la urbanización Salamanca.

En el transcurso de la semana cada uno vendía los jabones por su zona y entorno, y los fines de semana los elaborábamos. Aquel sábado en el puente Atocongo tomé el bus para ir a Salamanca con el dinero producto de la venta semanal en la billetera. Todo bien, cuando a la altura del hipódromo de Monterrico veo a “los magos” subir, pese a estar parado con calma decidí poner mi mano de manera constante sobre el bolsillo palpando la billetera con suma atención, pensé “felizmente los conozco, estoy a salvo, hombre prevenido vale por dos”, sonreí a mi buena suerte.

Cuando bajé a la altura del arco, respiré aliviado pues la máxima atención que le brindé a mi bolsillo era desgastante.

Al llegar a casa de mi socio, quise sacar la billetera, pero para sorpresa no estaba, no me explico en qué momento “desapareció”. Magos de mierda.  

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