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Mostrando entradas de 2020

El arte de vender sanguito

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  Entre la fresca brisa del mar, las montañas de arenas sazonadas con conchitas, escalones primeros de los andes, surge entre sus faldas, con mucho orden, la ciudad de Ventanilla. En ella los julios de todos los años se levanta un circo con carpa remachada, pero colorida y limpia. Cada año que voy, admiro esas ganas artísticas de vivir. Los mismos actores promocionan las funciones durante el día por las calles, atienden la boletería, actúan entre acto y acto vendiendo entremeses y juguetería. Cuando veo la carpa desde una perspectiva panorámica, admiro la prodigiosa proeza de armarla y competir cromáticamente con las montañas arenosas. Como un derroche de triunfo, se aprecian en su cima el flamear de banderas bicolores recordando que las patrias son celebraciones de libertad, y no hay más libertad que el arte por el arte sin importar el reto de las dificultades económicas.    Ya dentro. Observo imponente la parte más alta del recinto y me lleno de vértigo imaginando que alguien t

Mensaje secreto

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Conversaba con un amigo y vecino que en su vida laboral fue controlador de tráfico aéreo. En la tertulia se presentaba un contrapunto de detalles técnicos del mundo de las telecomunicaciones, muchos de los cuales se me hacían familiares pues mi papá desarrolló su vida profesional en esa área trabajando en lo que fue Entel Perú. Por otro lado, desde muy pequeño vivíamos en la ciudad de Trujillo y mi papá, aficionado al fútbol, no habiendo transmisiones televisivas de partidos como hoy en día, tenía que escuchar los partidos por onda corta, teniendo que captar radios limeñas como radio El sol, o América para saber las incidencias y comentarios en directo. Para ello instaló una antena muy peculiar: Tomó una varilla de fierro de construcción y la enterró verticalmente en el jardín. Unió un cable de cobre al extremo superior el cual lo unía a la entrada de la antena de la radiola. Me explicó que las ondas electromagnéticas no sólo viajan por la atmósfera, sino que también lo hacen por l

Amor a prueba de todo

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Me bañé. Busqué entre los perfumes acumulados producto de los regalos de veintitantos cumpleaños, me esparcí el que juzgué era el mejor (o mejor dicho el menos malo, disculpen a los que me regalan perfumes cada año). Tomé del florero una rosa remojada en agua con una aspirina diluida para aumentar su tiempo de vida, al fin y al cabo, era estudiante de ingeniería química, sabía que el ácido acetilsalicílico haría ese efecto. Lo que hubiese querido era “preparar” el terreno sentimental con tarjetitas y regalitos que el shock económico de los 90s en el Perú no lo permitía. Pero igual, logré el mismo efecto llevándole resúmenes de soluciones de derivadas e integrales, románticas cartillas con fórmulas geométricas tridimensionales para diseñar reactores, formulaciones para cálculos de flujos de fluidos y tablas para resolver incógnitas de transmisiones de calor, muy útiles, considerando el gran nivel estudiantil de mi amada, matizadas con el infaltable sabor de algún chocolate de tres p

Sube

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Acostumbro a enviar por correo privado los pedidos de almohaditas. Pero la llamada de esta señora coincidía con el camino de entregas del otro rubro del negocio: los productos de limpieza, que por su peso, el envío no resulta rentable. Así que decidí llevar el pedido yo mismo. Al llegar, era un edificio casi en una esquina, había una recepción, subí al piso referido y cuando se me abrió la puerta, los ojos de la señora y su fisonomía me remontaron a décadas atrás, cuando tenía 18 años y vivía en la urbanización Salamanca en Lima. Era un miércoles de octubre de 1985 se aproximaba el cumpleaños de un primo y me había dado unos pases gratis para ir a una discoteca a celebrar por adelantado. Habíamos coordinado con dos amigos más encontrarnos en la casa de uno de ellos. Fui el primero en llegar, me pidieron que espere unos 5 minutos fuera, pues mi amigo se estaba bañando. En el pequeño transcurso de espera, una camioneta station wagon roja, paró a mi lado. Una señora de aproxim

El secreto de las cartas inspiradas

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A finales de la década del 70, teniendo yo 11 o 12 años nos mudamos con mis padres a una nueva urbanización en la ciudad peruana de Trujillo: Vista Bella. En ella poco a poco fui conociendo nuevos amigos. Uno de ellos Fritz, casi de mi misma edad, era un tipo muy jovial y conversador, fue el que me fue presentando a la gente. En las conversaciones, saltó mi afición a leer y escribir, de inmediato Fritz me confesó que estaba enamorado de Rocío, una guapa jovencita de casi nuestra edad. Me pidió que le escriba cartas de amor a Rocío, para que posteriormente él las firme. Entusiasmado con el encargo, fui exponiendo con gran sentimiento, todo el amor disponible en un corazón de 12 años. Recuerdo que a golpe de las 8 de la noche, Fritz iba a visitarla a su casa. La visita consistía en charlar a través de la ventana. Como la casa de Rocío quedaba frente a un parque, me sentaba en una de las bancas con la curiosidad de saber la reacción de la joven. Lo que pude observar a l