Ni un paso atrás, la vida continúa



Una mañana rutinaria de primavera en una planta industrial en el Callao. Ocupado con los análisis en el laboratorio de control de calidad, yendo a planta a muestrear, analizar y comunicar. En esa frenética tarea diaria, me acompaña una radio con la misma estación de ayer, con el mismo locutor de ayer, los mismos chistes y las mismas canciones a las mismas horas. Los aromas también son los mismos, del comedor cercano llegan olores a fritangas y cafés junto con sonidos de murmullos de los comensales provenientes del turno de amanecida y uno que otro que empieza el día tratando de animarse comiendo. Pero hubo un ligero olor que reconocí al instante como amoniaco. De inmediato me acerqué a la refrigeradora donde se guarda el hidróxido de amonio y todo estaba sin novedad: el frasco reposaba ámbar y tranquilo conteniendo el compuesto. Pero el olor amoniacal llegaba cada vez más intenso. Abrí la puerta del laboratorio para ventilar y la intensidad aumentó. Recordé que la fábrica vecina utiliza en sus procesos amoniaco. Miré por sobre la pared que delimita las fábricas, salía una anómala y creciente nube de vapor que no creía en límites y arrastrada por el viento del mar nos la acercaba más y más. Justo llegó mi jefa. No era una jefa común y silvestre producto de una relación laboral. Es una amiga de toda la vida.

–¡Mira Carmen! Esa tremenda nube que viene hacia aquí es vapor condensado producto del congelamiento por fuga de amoniaco –expliqué condensando todo. El tiempo era vital. Ella de inmediato activó el número de emergencia para evacuar. Pero la nube llegaba hacia nosotros. Ella corrió a su escritorio sacó una máscara, un instante pensó en dármela, pero su instinto de conservación hizo que se la ponga. Bajamos las escaleras y corrimos al igual que todos hacia el portón de salida, ya no había oxígeno, en el camino pasamos al lado de jardines frondosos y verdes que, de manera mágica, en segundos, cambiaban a secos, marrones y polvorientos. ¿Nos alcanzará la fuerza y el oxígeno para llegar al portón y poder recibir la brisa del mar? Quedaban alrededor de 50 metros. Carmen descubrió que la máscara no servía de nada y la tiró en el camino, intentó tomar aire, recordamos en fracciones de segundos las situaciones similares vividas cuando tantas veces nos combatieron con bombas lacrimógenas por querer un mundo justo en la universidad de San Marcos y en la vida (recordé otra experiencia defendiendo el desalojo de un mercado, ¿ya estaba repasando mi vida por el final inminente?), sabíamos que el cuerpo cerraba automáticamente la entrada de aire, nos entrelazamos los brazos, ni un paso atrás, la vida continúa.

Logramos pasar el portón. Caímos al piso, pese a sentir el soplo fresco que venía del mar, sabíamos que el cuerpo no daba el pase de aire de inmediato. Empezamos a toser. Sonreímos. A lo lejos venían los bomberos, ambulancias y unidades móviles de televisión.

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