El cantante incomprendido

 


Era diciembre del año 1991, mi papá –quien trabajaba en Entel Perú– sabiendo de mis gustos por las peñas criollas y mi escasez económica, me obsequió para que vaya con mi pareja unas tarjetas para una fiesta criolla que incluía comida y bebida en el local de la comunidad de trabajadores.
El local quedaba en el parque Butters en Barranco y la fecha era poco antes de navidad.
El grupo musical estaba dirigido por el guitarrista Julián Jiménez más conocido como "Manos de oro" el saber esto con mi pareja de aquella época nos alegramos pues conocíamos las virtudes de este guitarrista porque lo habíamos disfrutado en el aniversario del distrito de San Borja acompañando a la grata revelación del momento, el cantante Jorge Luis Jasso.
El cierre del evento prometía porque era la despedida de un cantante —a quién todavía no habíamos escuchado —llamado Juan Cordero quien había obtenido nada menos que un jugoso contrato en Francia y cantaría diciéndole adiós a la patria que tuvo a bien verlo nacer. 
—¡Damas y caballeros!, para coronar con broche de oro esta hermosa noche tengo el placer de presentar al joven y extraordinario cantante criollo Juan Cordero cuya despedida de estas tierras tenemos el lujo de disfrutar pues se nos va a tierras parisinas para dejar bien en alto el nombre del Perú.
Un estruendo de aplausos invadió el recinto, dejamos tragos y cubiertos por un instante para recibir de pie y con orgullo a nuestro vocalista principal. Este correspondió apareciendo con los brazos abiertos ataviado con frac, brillantes zapatos de charol, derrochando la elegancia que seguro hacía juego con su talento. Su agradecida blanca sonrisa de oreja a oreja contrastaba con su piel morena y con las penumbras de la noche barranquina. Agradeció y de inmediato se hizo el silencio para disfrutar su voz.
–Por eso al escuchar
la marinera, el vals,
la guitarra, el cajón,
siento como una voz
que me grita ¡Perú!
dentro del corazón.
Este vals
que en mi pecho ha nacido
es la prueba de mi gratitud.
y ponerle por nombre he querido.
¡Soy peruano !,
¡Que viva el Perú!
Empezó a capela y vaya que nos dejó impresionados. Su voz no solo melodiosa sino con potencia aguda y singular irradiaba un sentimiento que hacía erizar la piel, sorprendido observé el brazo de mi pareja y mostraba similar reacción.
De pronto, el conjunto musical guiado por manos de oro Julián Jiménez hizo una introducción para empezar formalmente el tema de acuerdo a la composición original. El cantante dominando la escena con todos los presentes en el bolsillo de su frac empezó nuevamente al término de la hermosa introducción de guitarra.
–Yo nací en una tierra lejana
pero llevo en mis venas el sol
que glorioso alumbró la mañana
que esta tierra mis ojos miró.
He crecido sintiendo el murmullo
de las aguas del río hablador…–de pronto el cantante paró–maestro por favor, súbame una nota—, Julián Jiménez lo miró y asintió. Empezaron de nuevo.
–Yo nací en una tierra lejana…, ¡maestro, por favor! –Julián Jiménez extrañado dio tres acordes como demostrando que había subido una nota. 
–Ah okey –asintió Cordero. Empezó nuevamente la introducción.
—Yo nací en una tierra lejana…, maestro por favor yo quiero cantar en sostenido, un semitono más alto por favor. Volvieron a empezar. Cordero volvió a interrumpir el canto dando golpecitos sobre el estrado con su charolado pie derecho mientras su dedo índice mostraba una negación.
–Maestro disculpe, yo sé que primera vez que nos presentamos juntos, pero ¡ya pues, ya que no sale con un semitono, súbale medio tono más, hágame un doble sostenido! La próxima vengo con mi guitarrista –fue notorio que manos de oro estaba fastidiado, primero una risita irónica, después parecía que quería enviarle un guitarrazo al cantor. Por allí se escucharon pifias. Al siguiente arranque, que la verdad, para la mayoría, quienes no estamos en el mundo de la música, más la respetable cantidad de cerveza que habíamos degustado, no le veíamos la importancia de los tonos, sostenidos y demás, solo queríamos seguir disfrutando de aquella emoción del vals cantado con sentimiento. No sé de dónde salió volando la primera botella, pero fue el preludio de una lluvia de botellas que cayeron sobre el escenario, alcancé a ver correr al cantante y a manos de oro proteger su guitarra de todo fluido que caía. Después de los insultos del público, los pedidos de calma del presentador, volvió la calma al recinto. Pusieron música grabada y la gente empezó a bailar, aproveché para ir al baño y encontré a Cordero llorando, al verme me dijo:
–Estas bestias no saben comprender mi arte.
–Tranquilo maestro, la verdad que tanto a mi pareja como a mí se nos erizó la piel al escuchar su voz, mis respetos, seguro le irá muy bien en Francia. 
–Gracias –me respondió. Seguía llorando, me di cuenta que la sinceridad de mis palabras no lograron calmar el tremendo colerón que resulto de la despedida de su querido país que no comprendía la perfección de su canto.


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