La Paz sea con Farrah

 


Para mí era igualita a Farrah Faucett. La vi pasar por la calle junto con sus amigas y me intrigó saber a dónde iba. Las seguí y descubrí que se iban a la misa de ocho. Me senté cerca de ella y esperaba el momento más importante del ritual: darse la paz. Los menos entendidos en esto dirán que es la consagración, la comunión y hasta el sermón. No. Para mí era el momento de la paz y todo el ritual me la pasaba imaginando tiempos mejores, largas conversaciones, una vida en común, en fin, compartir el amor con esta novísima Farrah Faucett de Ate. Cuando llegaba el ansiado momento la abrazaba con suma delicadeza y le daba un beso junto con el mejor gesto santificadamente ahuevado propio de aquel momento de paz y el diálogo semanal indispensable para vivir en aquel guión de la vida:
—La paz.
—La paz —me respondía con su inolvidable sonrisa.
Debido a mi religiosa asistencia se me ofreció cantar en el coro, leer los fragmentos bíblicos y hasta recolectar las limosnas. No acepté hasta que por algún motivo desapareció Farrah y no obtuve mayor consuelo a la tristeza de su ausencia que cantar, leer y recolectar limosnas en las misas de ocho de los domingos por la noche.

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