La inspiración del emprendedor del barrio bravo
Recibí
una llamada un sábado por la mañana, la referencia era que le habían dado mi
número en mi antiguo empleo, cada cierto tiempo tengo la suerte de recibir
estas referencias por los buenos recuerdos compartidos en trabajos anteriores.
–Quisiera que veas mi planta industrial.
–¿Qué produce allí?
–Todavía no estoy produciendo, pero quisiera que se fije en los
detalles para poder ponerla en operación. ¿Podría venir hoy?
–Claro.
–Bien, mi planta queda en el Callao, pero por un tema de seguridad, venga
sin auto, por favor espéreme a las 3 de la tarde en la puerta de Plaza Vea de Sáenz
Peña.
Acepté ir, y mientras esperaba en la puerta del supermercado me
imaginaba muchas cosas: ¿por qué el tema de la seguridad? ¿No será que en vez
de leche de soya produzca otra cosa? En eso estaba cuando apareció un taxi.
–¡Ey Jorge! ¡Soy yo! ¡Suba rápido!
Llegamos al Jr. Loreto, se veía todo tranquilo, aunque al proyectarme
pensé que probablemente tendría dificultades para salir de allí. Paramos frente
a una casa con portón. Al entrar era increíble, había un ambiente de dos pisos
que cubría la zona izquierda del solar que era su hogar donde vivía con su
familia, para el lado derecho estaba la zona industrial, ¡con sala de caldero
incluido! Algo similar tuve la suerte de ver en Santa Cruz, en Bolivia, idea
que me sirvió de inspiración para en menor escala tomar como estilo de vida y
crear una casita productiva.
Una vez que revisamos toda la planta –todo en excelentes condiciones–
le di unas pautas para el manejo del caldero y la operación para el tratamiento
de aguas de alimentación de éste. Contento y entusiasmado me ofreció tomar unas
cervezas e ir a una degustación gastronómica al Real Felipe con otros amigos de
su universidad.
Fuimos y me contó su historia:
“Estudiaba en la Universidad de Ingeniería y enamorado de una compañera
busqué la manera de poder obtener dinero para las salidas. Con ese problema a
cuestas desperté un día con la idea de organizar cursos complementarios a
nuestros conocimientos, formé un grupo y los cursos tuvieron tanto éxito que el
decano de la facultad me pidió que organice más para generar fondos”.
–No sé qué tiene que ver con la planta de soya –le comenté.
–¡Tranquilo! Espera un poco y abre otra cerveza –continuó con su historia:
“Pasó el tiempo y hasta terminar la universidad organicé cursos
exitosos, después encontré trabajo en una empresa metalmecánica, un día me
encuentro con el exdecano y me pregunta como estoy, le dije que regular nomás
que en la metalmecánica pagan poco y hay que estar metido todo el día”, y el
exdecano me respondió: “tienes que aplicar en tu vida lo que aprendiste en la
universidad”, pero si soy ingeniero metalúrgico estoy aplicando lo aprendido.
“No Corrales, no me refiero a eso, lo tuyo es organizar cursos, ¿qué te parece
cursos sobre minería?” Y así fue como emprendí la organización de cursos y con
lo ganado he ido comprando los equipos para mi fábrica de leche de soya”.
A partir de ese día siempre tengo novedades de los cursos de minería
muy bien organizados por el emprendedor del barrio bravo.
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