El parroquiano virgen
"Todo acabaré olvidándolo un día, excepto algunos besos"
–Pero ¿ese
no es un telo? ¿Con quién fuiste?
–Solo nomás,
hay una zona al costado donde te atienden. Está 60 lucas.
–Pucha, no
me alcanza, además con lo que me pasó en “La Nené”, ni ganas de ir a esos
sitios.
–Este es
distinto, hazme la taba, vamos para que sapees, estoy misio sino me meto de
nuevo, ni pasaje vamos a gastar, esa vez fui porque me lo pagó un tío.
Y fuimos
caminando.
Era martes,
solo había un auto en el amplio estacionamiento con discreta luz. Dentro, era
un acogedor ambiente con tenue luz verde no muy amplio –más grande era la
cochera–, con música tropical, las chicas siempre sonrientes –recordé que mi
viejo se refería a ellas como las mujeres de la vida alegre–, se hacían
atractivas luciendo tangas cubiertas de tul, unas bailaban solas, otra bailaba
con el único parroquiano –un hombre sonriente con las décadas suficientes para
volver a ser chimuelo–. Otras simplemente estaban recostadas en los abundantes
sofás de indescifrables colores, a la mano derecha de la entrada había un bar,
donde había una sola conversando con el barman. Me acerqué a ella.
–Invítame un
trago, cuéntame, ¿en qué trabajas?
–Estudio ingeniería,
estoy trabajando en una embotelladora –mentí a medias–, y quiero ser escritor.
–¿Escritor?
¡Yo te puedo contar la historia de mi vida para que la escribas!
Y entonces
Shirley se explayó y su vida no era nada alegre. Me contó cómo se enamoró a los
quince, tuvo su hija a los 16 y su pareja la dejó –en cierta forma tuve suerte,
aunque nunca he vivido en pareja, conozco amigas que las gomean–. Quedamos en
que si la visitaba los martes –los martes viene poca gente–, me seguiría
contando –si la encontraba libre–a excepción de de la última semana de mes.
Un día
Shirley, al parecer se cansó de hablar, me miró de los pies a la cabeza y me
dijo:
–A propósito,
papito, tú nunca te atiendes.
Y le conté
lo que me pasó en “La Nené”.
–No vas a
comparar ese servicio con este.
A partir de
allí, los papeles cambiaron, ella fue la amable y paciente receptora de las
historias de mi vida, que se condensa en la frase: “ya cuando todo parece que
está bien, siempre pasa algo que la friega toda”.
–Tu vida es
bonita. Ya hubiera querido que sea así la mía –concluía Shirley.
Cada martes le
llevaba las novedades de cada rebote sentimental. Un día, Shirley se me acercó
y para mi sorpresa me besó con intensidad, dejándome el sabor de tabaco,
chiclets y alcohol. Me sentí fresco, liviano. Feliz.
Se quedó
admirándome. Sentí que le reboté parte de mi felicidad.
–Desahuévate
y simplemente búscate otra, ¿ves que puedes?
–Disculpa Shirley,
¿te tengo que pagar?
–No seas
huevón –me respondió riéndose y me abrazó.
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