Matrimonio Huanca
Si bien es muy conocido mi sentido del ahorro, estimaba al
novio de manera que haría un derroche en la compra del regalo: me fui al
Mercado Central de Lima y en un arranque botarata compré una caja de copas de
cristal originarias de la provincia china de Jiangsu. Me dije que tendría que,
no solo el contenido ser valioso, sino parecerlo, de manera que lo llevé a que
lo envolvieran profesionalmente.
La boda se realizaría en la “incontrastable” ciudad de Huancayo,
así que enrumbé hacia allá. Llevaría mi auto pues poner el preciado obsequio en
la bodega de un bus por más vip que este sea, correría el riesgo de vulnerar su
consistencia debido a su frágil y exquisita naturaleza.
Me sorprendió que después de la ceremonia religiosa, la
recepción sea en un coliseo. Desde una cuadra antes se escuchaba el ritmo de un
cadencioso, pero a la vez alegre Huaylarsh, producida con maestría por un
conjunto de saxofones, violines, clarinetes y arpas. La voz de un maestro de
ceremonias animaba la reunión. Por momentos éste le acercaba el micrófono a
alguna que otra invitada y en perfecta armonía ofrecían unos alegres y
melodiosos cantos: “ajajajá, ajajajá”. Los invitados con nuestros regalos
hicimos una cola bailable, al final de la cola había una mesa con los novios y
sus padrinos. Detrás de ellos innumerables pilas de cajas de cerveza que
parecían infinitas. Lo que me sorprendió es que las mujeres llevaban mantones y
los hombres sombreros con dinero pegado en ellos, recordé aquellas ferias
puneñas donde para año nuevo venden billetes, casas, carros de fantasía para
atraerlos en un ritual de bienvenida al nuevo tiempo. Lo curioso es que a
diferencia de ellas estos abundantes billetes eran de verdad. Se podían ver
soles, dólares y hasta euros. A ojo de buen cubero la manta más “humilde”
multiplicaba por varias cifras el supuesto derroche de mi presente. Tuve ganas
de volver al auto y regresar mi fina cristalería, pero una familia que bailaba
detrás con un gigantesco chancho horneado y decorado con multitud de verduras
multicolores me empujaron y animaron a seguir bailando con mi –ahora solo para
mí– preciada caja. Cuando divisé mejor la cola bailable pude ver: televisores,
refrigeradoras, lavadoras, muebles, dos especímenes gigantescos de toros y lo
más impresionante una camioneta “station wagon” y un camioncito, ambos “cero
kilómetro” como bien lo mencionaron por los parlantes, todos decorados con sus
mantos de papel moneda. Había un tipo de terno que bailaba ostentando la
maqueta de una casa, ¿será realmente un obsequio más?, debe serlo, pues noté
que bajo la axila llevaba algo así como un “testimonio notarial”. Otro detalle:
ya sea los padrinos o los novios de acuerdo con la dimensión del regalo lo
tasaban y calculaban con rapidez un equivalente al agradecimiento en cantidad
de cerveza. Me percaté que con el camioncito fueron como 20 cajas de cerveza y
la camioneta 10 cajas, un horno de microondas un par de botellas. Los mantones
con billetes pegados de tres a seis cervezas. Cuando por fin llegué, me recibió
el padrino, para esto el maestro de ceremonias decía “Jorge entrega su regalo
de fina cristalería china” (entiendo que por la complejidad del idioma no pudo
mencionar que venía de Jiangsu). El padrino lo movió al ritmo del huaylarsh. Cerró
los ojos. Lo tasó. Por primera vez abrió una botella. Me sirvió un vaso de
cerveza y me lo ofreció. Lo levanté y brindé por la felicidad de los
novios.
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