El secreto del gol tempranero

 


Mi papá fue un tremendo jugador de fulbito hasta su retiro alrededor de los 50 años. De lo mejor que he visto, mágico con el balón. Jugó en uno de los campeonatos más emblemáticos que hay en el Perú que es el mundialito del Porvenir cuya final se juega todos los años los primero de mayo en la avenida Parinacochas en el distrito de La Victoria, saliendo campeón el año 1962 con su equipo el Sacachispas-Bolognesi. Este campeonato tiene una particularidad, en caso de empatar en goles, se contabiliza, tiros de esquina y laterales. Justamente estando empatados en todo y mi papá con el balón, el entrenador le grita que consiga un tiro de esquina, así, logro hacerle rebotar el balón a un rival y generar el tiro de esquina y el ansiado campeonato. Le tomaron fotos y salió en la revista O cruzeiro de Brasil, un agente fue a visitar a su padre–mi abuelo– para llevárselo a jugar a aquel país, pero éste no aceptó la propuesta, pues prefería un hijo con estudios universitarios.

Con los años, cuando vivíamos en Trujillo, ejerciendo la ingeniería electrónica, trabajando en Entel Perú, mi papá, participaba con su equipo del área de Microondas, en el campeonato interno que se organizaba cada año.

Al ver que su equipo ganaba y ganaba decidí organizar una barra con las familias de los jugadores, con la cual podíamos celebrar cada triunfo hasta la obtención del campeonato. Mi padre tenía algo particular, en su primera jugada se metía una corrida por la derecha y con certero remate anotaba el primer gol en los primeros minutos. Un gol de camarín.

–Papá ¿cómo lo haces?

–Los agarro fríos –y se sonreía–tengo mi secreto.

A partir de allí decidí descubrir el secreto. Observaba todos sus movimientos desde que en casa se preparaba para partir al coliseo –recuerdo perfectamente el lugar, era en la Federación de empleados bancarios de Trujillo– donde se jugaba el torneo.

–Ya pues papá, cuenta ¿Cuál es el secreto?

–Descúbrelo.

Hasta que un día lo descubrí. Habíamos partido y en el camino se tomó la cabeza y dijo: “me olvidé el Dencorub”. Al llegar a los camerinos estaba que les preguntaba a sus compañeros de equipo si alguien tenía Dencorub. Nadie.

Ese día, igual anotó por lo menos un gol de similar factura, pero se demoró.

–Papá, ¡descubrí tu secreto! ¡Te frotas las piernas con Dencorub!

–Así es, yo entro más caliente, y los agarro fríos.  

Ese campeonato lo perdieron los de Microondas por celebrar el día anterior y llegar resaqueados a la final. Esa parte es mejor no recordar.

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