¿Duele?

 

Eran mis épocas universitarias a finales de los 80s. Amanecí con un fuerte ardor de garganta y curiosamente mi papá también. Así que al conversar con él y ver que los síntomas eran similares, tuvo una “brillante” idea.

–Vamos al médico, lo que te recete a ti, yo también lo tomo y me ahorro una consulta.

–Tiene lógica.

Fuimos por la tarde.

–Uy caramba –dijo él médico–es una infección un poco fuerte, pero lo solucionamos con un par de inyecciones.

–Ok –dije yo, pero interrumpió mi papá.

–¿No se podría solucionar con pastillas? Es que él le rehúye a las inyecciones.

–No papá, yo normal, más bien uno se recupera más rápido.

–Pero, siempre le has corrido a las inyecciones –mi papá enrojeció.

Una vez fuera me dijo:

–Tengo un plan, tomamos un micro hasta el óvalo de Higuereta, allí vamos a la farmacia y aprovechamos para que allí te apliquen la primera inyección. De allí tomamos otro micro hasta la casa.

–¿Y tu no te vas a poner?

–Me dices si duele, no vayan a ser esas aceitosas que duelen como miér…

–Al final tu eres el que le corres a las inyecciones.

–No, yo soy machazo, me da igual –al ver mi risa, se armó de valor y al llegar a la farmacia pidió dos dosis.

–¡Bien papá! ¿Te aplicas tu primero para dar el ejemplo?

–No, no, primero tú que estás peor.

Había un ambiente detrás del mostrador, una especie de cuarto para las aplicaciones de inyectables. Entré. Le pregunté a la señorita que aplica las inyecciones si era aceitosa y me contestó que sí. Le expliqué que el que estaba afuera era mi papá y que, si le pregunta, por favor, no haga el comentario que la “ampolla” era aceitosa.

Me la puso, y sentí un dolor tremendo, no solo al pinchazo inicial sino al momento de ingresar el líquido. El dolor era como una señal del recorrido que este hacía por mi cuerpo. Toda la pierna la tenía adolorida. Pero pensé: “si cojeo o me quejo, mi papá va a dar marcha atrás”. Así que, tomé aire profundamente y aguantando el dolor caminé lo más normal posible.

–¿Y qué tal?, ¿dolió?

–No nada. –le dije moviendo la cabeza como quitando importancia al asunto.

–¡Bacán! ¡Allá voy!

Esperé. Al rato sale la señorita y detrás de ella mi papá, caminando de lo más bien.

–¡Me han tocado dos valientes! –dijo la señorita.

–¿Qué tal papá?, ¿dolió?

–No, nada –imitando la mueca de restarle importancia que yo había puesto anteriormente.

Caminamos unos cinco metros sin dar muestras de dolor. Cuando casi como un coro dijimos: “carajo no se puede ni caminar”. Nos reímos.

–¡Vamos a tomar un taxi! –me dijo, mirando la lejana esquina donde estaba el paradero del micro.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Granja Humana

El secreto de las cartas inspiradas

Conchatel, su cooperativa de confianza