El fin de las cadenas



Una querida amiga me envió por WhatsApp una de esas famosas cadenas para “ayudar a enfermos”, y le respondí como siempre respondo: que no creo en cadenas. Entonces caí en cuenta de la cantidad de ellas que circulan en redes sociales y correos electrónicos. Muchas apelan a tu sensibilidad social, a tu necesidad económica o a tus miedos religiosos.

Esto me hizo recordar cuando estaba en quinto grado de primaria —tendría entre diez u once años— y me llegó, en forma de carta, una cadena de San Judas Tadeo. Por un lado, prometía los más grandes milagros si eras obediente y la multiplicabas; pero si no la seguías, te amenazaba con los peores castigos, e incluso incluía testimonios que demostraban su supuesta eficacia divina.

El gran problema de aquella época era que no había fotocopiadoras, ni computadoras, y mucho menos impresoras. Si no querías sufrir los terribles castigos, tenías que reproducir más de cien cartas a mano.

Molido y asustado, con apenas un par de horas de sueño, llegué al colegio dispuesto a entregar las cien cartas a personas que pudieran "beneficiarse con los milagros de San Judas Tadeo, nada menos que el Santo de los Imposibles".

Esperé al recreo. Esa vez no jugaría fulbito; primero tenía que cumplir con las cosas divinas.

El primero que se me cruzó fue el padre Jacinto Ojeda (en otra entrada de mi blog cuento que fue el sacerdote chileno que me enseñó a cantar el Himno del Perú con pasión).

—Padre, buenos días. Tenga...
El padre tomó la carta, la abrió y la leyó con suma atención. Al terminar, me sonrió y dijo:
—¿Tienes más de estas?
—Sí, padre, ya tengo las cien.
—Bien, hijo. Por favor, dámelas y acompáñame.

Lo seguí hasta que se detuvo frente al cilindro de basura.

—Hijo, que te quede bien grabado esto, y cuéntaselo a todo el mundo —tomó mis cartas y, una a una, comenzó a romperlas y echarlas al cilindro, haciéndolas añicos, como para que no tuviera la opción de rescatarlas—. Escúchame bien: no creas en estas cojudeces.

Me quedó mirando, esperando mi reacción.
—Repito, hijo: no creas en cojudeces.

Cómo me habrá visto que improvisó una bendición diciendo: “Eres una persona libre de estas cadenas”. Luego puso su palma derecha sobre mi cabeza y añadió: “No te preocupes nunca más por estas cosas. Anda a jugar”.

Me sentí liviano. Desde aquel día quedé liberado de las cadenas.

 
(imagen extraída de http://videncia.guru/cadena-de-peticiones-a-san-judas-tadeo/)

Comentarios

esteban lob ha dicho que…
Me pasó algo similar de niño, estimado Jorge, pero no había ningún sacerdote chileno que me auxiliara.(Qué contrasentido, ¿no?)
Me desquité con el paso de los años. En mis programas radiales cada vez que llegaba una de esas invocaciones estúpidas, las rompía frente al micrófono sin miedo a "los castigos".Por lo visto (tengo 80 años y una familia que me llena de satisfacciones) sin que esas maldiciones descerebradas hubieran hecho efecto.)

Saludos, vecino.

Entradas populares de este blog

Comprando el pan con Kahneman

La química del reencuentro: cariño de alta pureza

La suerte entre suspiros