La suerte entre suspiros
Eran los primeros años universitarios y como es natural, los afectos se despertaron hacia una universitaria buenamoza de mi facultad a quién no había logrado del todo convencer sobre las bondades de recibir mis amorosos cariños.
Mi tío Aldo, un joven y experimentado abogado con quien tenía la confianza como para compartir las frustradas experiencias en mis intentos de persuasión, me recomendó el invitar a mi quitasueños a caminar por el Puente de los Suspiros en el apacible y siempre romántico distrito de Barranco. Para esto mi tío me capacitó sobre la magia que tenía el lugar para la inspiración de compositores y poetas que me servirían de tema de conversación. Me contó sobre dos composiciones que nos había dejado Chabuca Granda: Puente de los Suspiros y Fina Estampa. La primera nos describe los detalles que posee el puente y cómo crea lazos tan amorosos que su presencia es escenario y motivo del encuentro, mientras su distancia —desde la simbólica perspectiva de una voladora conceja— es la injusticia de las circunstancias de la vida que nos obliga a la inevitable separación. El otro vals, nos muestra la consonancia entre el paisaje del caminito debajo del puente que va hacia el mar y la prestancia del caminar de fina estampa del padre de la entrañable compositora.
En efecto, la mención del puente causó una respuesta positiva hacia mi apasionada causa, ya que ella aceptó con disposición. No había tenido la oportunidad de estar allí antes, mi vida prácticamente se había desarrollado en el norte, en Trujillo. Quedamos fascinados con el paisaje, lo cual me impulsó a abrazarla con suavidad, la escena me resultó tan emocionante que no me percaté que había en el piso la deposición de algún —notoriamente bien alimentado— mamífero, probablemente un caballo. Quedé casi adherido al puente que poéticamente se reía de mí y de mi búsqueda de algún vértice de cemento o piedra que me permitiera limpiarme y librarme de los rancios aromas impregnados. No hubo historias inspiradas en Chabuca que contar, ni tomadas de mano, el abrazo se diluyó y mi grata compañía expelía extraños suspiros que sugerían el librarse de mi embadurnada presencia. Solo hubo un pronto regreso en algún vetusto ómnibus —propio de la Lima ochentera— cuyos pasajeros sentían el golpe olfativo buscando con sospechosa mirada el origen de la descomposición.
Cuando mi tío, seguro de sus buenas recomendaciones, me preguntó sobre cómo me había ido, al contarle mi lodazal historia me dijo atónito: «Bueno, dicen que pisar caca trae suerte».
(imagen extraída de latostadora.pe)
Comentarios