Sube



Acostumbro a enviar por correo privado los pedidos de almohaditas. Pero la llamada de esta señora coincidía con el camino de entregas del otro rubro del negocio: los productos de limpieza, que por su peso, el envío no resulta rentable.
Así que decidí llevar el pedido yo mismo. Al llegar, era un edificio casi en una esquina, había una recepción, subí al piso referido y cuando se me abrió la puerta, los ojos de la señora y su fisonomía me remontaron a décadas atrás, cuando tenía 18 años y vivía en la urbanización Salamanca en Lima.
Era un miércoles de octubre de 1985 se aproximaba el cumpleaños de un primo y me había dado unos pases gratis para ir a una discoteca a celebrar por adelantado. Habíamos coordinado con dos amigos más encontrarnos en la casa de uno de ellos. Fui el primero en llegar, me pidieron que espere unos 5 minutos fuera, pues mi amigo se estaba bañando.
En el pequeño transcurso de espera, una camioneta station wagon roja, paró a mi lado. Una señora de aproximadamente 45 años me da las buenas noches y me pregunta por la calle Puerto Rico. Hice el ademán de búsqueda, mirando de izquierda a derecha repasando mentalmente las calles salamanquinas. volví la vista hacia ella, listo para explicarle que en Salamanca sólo hay nombres de plantas, ruinas, y … al mirarla, se había levantado la minifalda mostrándome su hermoso muslo derecho, se bajó la blusa exhibiendo uno de sus pechos a la vez que me decía: “sube”.
Eran épocas de virus extraños y poco conocidos como el VIH, eran épocas de inseguridad. Me dio temor. Le pregunté: “¿puedo pasarle la voz a un amigo?” Ante su respuesta afirmativa volví a tocar el timbre varias veces sin asomo alguno. Escuché que dijo “sube tú solo”. La señora se aburrió de mis dudas y arrancó.
Cuando llegamos a la discoteca sentía que había perdido una oportunidad. Siempre me pregunté muchas cosas e imaginaba qué hubiese sucedido si subía. ¿Qué habría sido de la vida de aquella misteriosa señora en busca de jóvenes? La vida me hizo verla de nuevo décadas después. Venerable, amable, misteriosa pero transformados por ese moldeo cruel de los años que le permitió no reconocer en mí a aquel joven parado en una calle salamanquina.

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