El secreto de las cartas inspiradas
A finales de la década del 70, teniendo yo 11 o 12 años nos
mudamos con mis padres a una nueva urbanización en la ciudad peruana de
Trujillo: Vista Bella.
En ella poco a poco fui conociendo nuevos amigos. Uno de
ellos Fritz, casi de mi misma edad, era un tipo muy jovial y conversador, fue
el que me fue presentando a la gente.
En las conversaciones, saltó mi afición a leer y escribir,
de inmediato Fritz me confesó que estaba enamorado de Rocío, una guapa
jovencita de casi nuestra edad.
Me pidió que le escriba cartas de amor a Rocío, para que
posteriormente él las firme. Entusiasmado con el encargo, fui exponiendo con
gran sentimiento, todo el amor disponible en un corazón de 12 años.
Recuerdo que a golpe de las 8 de la noche, Fritz iba a
visitarla a su casa. La visita consistía en charlar a través de la ventana.
Como la casa de Rocío quedaba frente a un parque, me sentaba en una de las
bancas con la curiosidad de saber la reacción de la joven. Lo que pude observar
a la distancia era conforme leía se le iba dibujando una bella sonrisa.
—¿Y Fritz cómo te fue? –o debía decir ¿cómo nos fue?
—Bien, muy bien, parece que se derrite porque lee y se ríe.
Así fueron produciéndose carta tras carta (guardaba en un
cuaderno el texto de las cartas lamentablemente mi esposa se tomo la atribución
de botarlas sin consultarme junto con todo lo que escribí desde los 12 a los 30
años pese a que le dije que ese material era “sagrado” para mí. Fue una de las
situaciones más tristes de mis últimos años, quizá motivo de otro artículo).
—Le gustan mucho las cartas, incluso no cree que yo las
escriba –me dijo Fritz -son muy bonitas ¿no será que estás templado (enamorado)
de la Rocío?
—¿Te digo la verdad? Me da roche.
—Dime nomás, no me voy a asar.
—Pero es un secreto.
—Por supuesto.
—Bueno, cuando escribo pienso en la Nana.
La Nana era otra maja vecina contemporánea (la verdad, todas
mis vecinas trujillanas son muy guapas). Fritz con esa picardía característica
en él, rompió en risa y me empezó a “fastidiar” con la Nana.
Pasaron los días y las cartas. Recuerdo que estaba
terminando de cenar y sonó el timbre. Era la Nana.
—Hola Nana. –Me sonrió y fue directamente al grano.
—Fritz me ha contado que te gusto. –“este chismoso de mier…”
pensé.
No supe que hacer. Probablemente palidecí, no supe si mentirle
o decirle la verdad corriendo el riesgo de algún rechazo. Su curiosa mirada
requería una respuesta ¡ya!
—No, no. –le mentí.
—Ah ya.
Se alejó dejándome un desconcertante vacío. Y desde allí
hasta hoy se mantuvo el secreto de mi inspiración epistolar de aquellas épocas.
Después de cuatro décadas ¿alguien recordará algo? Lamentablemente mi amigo
Fritz nos dejó tempranamente un año nuevo de hace un par de años, justo cuando
coordinaba poder visitarlo y recordar los tiempos de juventud. Cosas de la
vida.
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