De cualquier malla sale un ratón
La gata con ese
orden que tienen los gatos a las 5 de la mañana nos recordó que el mundo está
vivo y no quiere perdérselo. Ella no entiende feriados ni días particulares. Yo
ya quisiera. La rutina siguió el curso, después de poner comida fresca a la
compañera felina, limpiar su baño, seguir con el aseo propio y eliminados los
desechos metabólicos más densos, me puse a ver los ingredientes para prepararme
el desayuno. Comprado el pan, recogido los potes vacíos de los gatos callejeros
(que sin frugalidad alguna dejan limpio sin rastro alguno que hubo comida allí
hace unas horas), pasado el café, picados los champiñones, la cebolla y el
tomate. Revuelto los huevos con sal y avena para darle cuerpo, freído todo,
nunca pensé que en minutos iba a pensar que era lo último que iba a comer.
Abrí la hoja de
la puerta de entrada para que entre aire y la gata entre y salga a su gusto, prendí
el televisor para ver las noticias en algunos canales de YouTube –donde están
los mejores periodistas–, la gata se echó con frescura en la vereda de entrada
mirándome de cuando en cuando. Pese a ser siempre el mismo desayuno siempre me
sabe bien. En eso estaba cuando empezó el primer cohete –en época y hora donde
no hay cohetes, nadie celebra tan temprano–, la gata entró de inmediato
corriendo y se puso a llorar desde dentro, los cohetes tenían un sonido seco de
manera que alerté con un grito a los demás miembros de la familia «¡todos al
suelo, es bala!!!».
Apagué el
televisor y me tiré al suelo, me vi desprotegido ante las balas pues la mayor
área la ocupan la puerta y la ventana. Rampé hasta la cocina confundido sobre
de dónde provenían y a dónde iban las balas, pensaba con temor en los vecinos y
amigos que podrían estar en la calle expuestos. En eso estaba cuando aparece
una vecina desesperada.
–Vecino, ¿puedo
entrar? ¡Hay balas!
–¡Por supuesto! ¡Entre
nomás!
–Pero, ¡ábrame la
puerta!
–Ábrala usted
mismo, si la hoja está abierta de par de par –no me iba a atrever a pararme a
abrirle y volverme vulnerable a una bala perdida.
–¡No puedo!
–¡Tírese al suelo
por lo pronto! –le dije, ¿total?, la gatita había estado allí minutos antes. Se
puso a llorar, cuando apareció mi señora y con toda tranquilidad caminó hacia
la puerta y le abrió, mi vecina entró y se tiró al piso. En ese momento parece
que terminó la balacera. Me fastidió un poco la falta de precaución de mi
señora, pero ella explicó que escuchó perfectamente que las balas eran a la
espalda de la casa. Yo tuve la percepción que era al frente, en el parque.
Le dimos un vaso con
agua a la vecina para calmarle los nervios, puse música al azar, salió el Cheo
Feliciano cantando «El ratón», el coro decía: «¡De cualquier malla, sale un
ratón, oye!» y sí, de cualquier circunstancia rutinaria, se cuela una especial,
una emergencia, tenía razón el Cheo cuando escribió esa canción en 1963.
El origen de la
balacera –la primera y esperemos la última en la historia de la urbanización–
fue una disputa por la construcción de una etapa de una urbanización aledaña,
la policía capturó a 13 sujetos (todos nacionales, por eso probablemente la
noticia no se vendió en los medios por no pasar el filtro xenofóbico). En fin. Un
vaso de agua que ya pasó.
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