La candidata
Cuando después de
las elecciones veo que los candidatos derrotados empiezan a esgrimir quejas de
fraude, recuerdo a una vecina candidata al congreso que me pedía con
insistencia mi voto. Para ahorrarle energía le seguía la corriente y le dije
una frase clásica “que no se preocupe por mí”, indudablemente no iba a votar
por alguien cuya única propuesta proselitista era el ser mi vecina.
Después de las
elecciones del 2000 donde los observadores y auditores internacionales se
retiraron –igual como en los casos más actuales como Nicaragua y Venezuela-,
manifestando que no había garantía alguna en el proceso. Después de aquel
funesto 2000 las elecciones en el Perú se han dado con una transparencia nunca
vista a lo largo de su historia. Para mí es una maravilla no solo ir a votar
sino el poder ver por la página web de ONPE los resultados de mi mesa y de
cualquier mesa dentro del territorio nacional e internacional, el acta
escaneada, la firma de los miembros con suma transparencia sin tener otro privilegio
que el saber que existe el sistema y que cualquier ciudadano tiene acceso.
Sabiendo esto, la candidata en cuestión me pidió mi DNI para poder observar el
acta de mi mesa y ver los votos a su favor que por lo menos debía ser uno: el mío.
Se lo di. Cuando al día siguiente vio que en mi mesa no había ni un solo voto a
su favor me recriminó, allí fue cuando por única vez le conté la historia de mi
afición a estar atento al movimiento político del país y que la hora de votar
la esperaba con ansias para poder expresar mi acuerdo o desacuerdo a todo lo
visto en la política en todo el tiempo previo.
Creo que entendió
que la estimaba mucho pero que no iba a desperdiciar mi voto así sea mi vecina
o hasta mi amiga, no iba a perder mi vacilón. Si bien por un tiempo dejó de
hablarme –lo atribuyo a los cansancios propios de la campaña y a la tristeza de
no haber logrado el objetivo–. Ayer la vi y me saludó con el mejor maquillaje
que existe: una buena sonrisa. Hasta las próximas elecciones. Supongo.
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