Vacunación en Ventanilla: entre penas y gran alegría



Con la fecha y hora verificada en la página https://consultas.pongoelhombro.gob.pe/#/   me enteré de que mi vacunación para prevenir el temible COVID 19 me tocaba el jueves 1 de julio entre las 7 am y 8 am en el Liceo Naval Capitán de Corbeta Manuel Clavero Muga en Ventanilla. De manera que, con mi doble mascarilla, mi hoja de consentimiento llena y firmada con la rúbrica idéntica a la de RENIEC (para evitar a esa gente sensible con las formalidades), me enrumbé caminando. Llegué 6:55 am y me puse en la fila de aproximadamente cien metros de extensión. Se fue acumulando y acumulando la gente, al comienzo parecía el más joven de la cola –no sé por qué a los mayores les gusta madrugar–, pues conforme fueron llegando detrás, pude notar personas con aspecto más juvenil.

El desayuno había sido ligero: unas galletas de soda con mermelada y un apurado café instantáneo. De manera que, a los 30 minutos de espera, el apetito hacía guiños. De un momento a otro se aparece una señora con dos panes con camote, dos de jamón del país con sarsa criolla – mejor dicho, butifarra– y un café. Se los ofreció al tipo.

–Hijito, estarás de hambre, sírvete.

Es bien sabido que soy vegetariano, y debo admitir que las butifarras me tenían sin cuidado, pero esos panes con camote me hubieran venido bien y mejor aún, si al camote lo acompañábamos con esa dichosa sarsa.

Pasó una señora vendedora de protectores faciales: “a sol, a sol protectores faciales” y sentí un poco de pena: ¿no se había enterado de que ya no eran de uso obligatorio? 

El tipo delante de mí –después de engullir su desayuno y bajarlo con un aromático café pasado– me contó que días atrás había asistido al vacunatorio de Real Felipe en el Callao, después de una cola de 3 Km, se acabaron las vacunas del día y no alcanzó. Quedó preocupado. En eso, escuchó al ministro de salud Oscar Ugarte que los programados podían acercarse a cualquier centro de vacunación. 

–Y mi madre vive aquí al frente, aquí pasé mi niñez –me dijo.

–Ya me di cuenta.

–¿Cómo lo supiste? ¿Nos conocemos de antes?

–¡No! Lo deduje por el desayuno que te trajo.

Otra señora más adelante nos contó que trabajaba de amanecida y que le tocaba vacunarse el domingo 4, pero como iba a viajar a visitar a sus nietos en Tingo María se había “adelantado”. La señora trabajaba de serenazgo. En eso estábamos conversando, eran cerca de las 9, cuando se nota que la fila se mueve, aparecen dos serenazgos pidiendo distancia social entre cada uno que ya iba a empezar la fiesta vacunatoria.

–Por favor, ¡todos con protector facial!, ¡el que no tiene protector facial no entra!

–¿Por qué? Si tenemos doble mascarilla. –intervine con voz alta.

–¡Señor! –dirigiéndose a mi–, la pandemia no ha terminado, ¡debemos de cuidarnos! 

–Si tan importante es el protector facial ¿porqué te lo levantas para hablar? ¡prácticamente lo usas de visera! ¡Lo que pasa es que la que vende los protectores es tu tía! –se me ocurrió decir por el parecido asombroso. En medio de la carcajada incluso del sereno. Enfatizó:

–¡Ya saben! ¡Nadie me entra sin protector facial!

–Señor, ¡qué tanto problema hace por un sol que vale!, ¡son las normas!, ¡ellos solo cumplen órdenes! ¿Cuánto le vale un pasaje a Estados Unidos? –acotó la señora viajera a Tingo María.

Llegó nuevamente la madre del tipo de adelante:

–Hijito, toma tu protector facial, ya falta poco.

Entré en pánico ¿Dónde está la tía vendedora? ¿Se le habrían agotado?

Al poco rato apareció. 

–¡Protectores faciales! ¡Protectores faciales!

–Deme uno señora, su sobrino no quiere dejarme entrar sin protector. –le alargué mi sol.

–Dos cincuenta, está joven –no sé si lo de joven fue cachita.

–¿Cómo que dos cincuenta? ¿Si estaban un sol?

–¡Usted lo ha dicho! ¡Estaban! ¡El dólar ha subido!

Nuevamente me apené, pero esta vez no fue por ella. 



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