La mujer de fuego

Hoy vi a un niño ser auxiliado por su madre a causa de un rasguño tan leve que, si hubiera sido más superficial, habría pasado por una caricia del viento. Pero el rostro de horror del hermano mayor —quien lo miraba como si acabara de ver a Regan girar la cabeza en El Exorcista (Linda Blair incluida)— me hizo pensar que aquel pequeño accidente era, para ellos, una tragedia griega con elenco infantil. Fue entonces, en esa escena de drama con lágrimas y polvo mágico, que recordé a la mujer de fuego. Corría el año 1986, en el laboratorio de Química II de la gloriosa Facultad de Química e Ingeniería Química de San Marcos, donde todos los experimentos parecían diseñados para probar, además del conocimiento, nuestra voluntad de vivir. Estábamos trabajando con los clásicos mecheros de Bunsen, esos quemadores de gas de tubo metálico que emiten una llama tan obediente como peligrosa si se le falta el respeto. Y justo ese día, la llama se sintió tentada por la estética. Nuestra protagonista...