Conversar con un adolescente: la lección de no tener la última palabra

Con el trajín de la vida y el ejercicio constante de la observación, he descubierto que nada está dicho de forma definitiva. Aprendí que no hay que confiar en fórmulas milagrosas, ni en libros sagrados que no son más que ficciones diseñadas para explicar los misterios. Que no hay que "comprar" soluciones supuestamente irrefutables, porque lo que funcionó ayer —si es que de verdad funcionó— puede que mañana no sirva de nada, o que simplemente haya sido un cuento creado por algún interés oculto. La dialéctica —tesis, antítesis, síntesis— nunca se detiene. No hay puerto final: todo es tránsito. Lo casi cierto es que vivimos hasta el último día en un descubrimiento permanente de todo lo que nos rodea. Vi en mi propia adolescencia, y en la de muchos conocidos, lo difícil que puede ser la relación entre padres e hijos en esa etapa. Y ahora que la adolescencia de mi hijo ha terminado, al hacer un balance, noto que cuando surgieron discrepancias, no fueron tragedias: fueron mo...