El gambeteador de los trebejos

 


Tener un hermano 7 años mayor debe ser un poco torturante, pues a la luz de la experiencia siempre el ser humano aprovecha las ventajas en especial cuando se trata de juegos.

Recuerdo que observé un partido de la Copa América 1979 entre Perú y Chile, donde el trámite del partido lo llevaba Perú con buen dominio, con la selección chilena a la defensiva, pero los goles los metía Chile con la exquisita ubicación y técnica de su goleador Carlos Caszely. Comprendí que en el fútbol no había una correlación entre esfuerzo y triunfo, o si la había no era por correr más o dominar más sino por una buena táctica.

Decidí afianzar este conocimiento. En el patio de la casa pusimos dos sillas de madera en los extremos de manera que eran los arcos. Quedamos en jugar 20 minutos cronometrados con un reloj despertador –tecnología de finales de los 70s–.

Apliqué la táctica chilena, cubrí tácticamente mi arco-silla y solo atinaba a tratar de quitar la pelota y despejarla donde sea. Mi hermano corría nuevamente y realizaba una impresionante serie de gambetas que al final –aprovechando mi diferencia de edad– despejaba con cierta facilidad. Todo esto venía acompañado de su narración respectiva, los comentarios eran que el joven jugador tenía el dominio total y que ya merecía el triunfo. Cuando faltaba poco menos que el minuto, arremetía hacia la silla contraria y anotaba el gol para poco después suene el despertador dando por finalizado el lance.

–Es injusto –me decía mi hermano renegando con justa razón.

Si bien es una situación abusiva. Estos partidos, porque venían las revanchas donde se repetían las situaciones, fueron un gran entrenamiento para él, pues al jugar con los amigos de su edad se “paseaba” con sus hábiles gambetas.

Pensé que esta situación se repetiría incansablemente en el juego de ajedrez. Así fue al comienzo, pero poco a poco, ya sea asesorado por mi papá o por iniciativa propia, se iba desarrollando a tal punto que pagué en el ajedrez lo que hice con la pelota. Llegó un momento en que lo mejor para mí era no jugar ante las irremediables derrotas.

Ahora con más de cuatro décadas encima y con la tecnología actual, mi hermano se enfrenta diariamente a jugadores de todo el mundo. Cuando administraba un hotel muy cerca del Estadio Nacional, se hospedaron allí, nada menos que la selección juvenil del Ecuador, pues en el coloso de José Díaz se realizaba un Campeonato Sudamericano.

El entrenador ante la necesidad de antes de la competencia, calentar la mente de uno de sus pupilos –nada menos que el campeón juvenil–le pregunta a mi hermano:

–Por casualidad, ¿sabe jugar ajedrez? Por lo menos los movimientos de las piezas.

–Más o menos. No juego mucho.

Y el campeón se alejó triste rumbo al Sudamericano, llevando a cuestas su primera derrota. El gambeteador de los trebejos tiene esa costumbre, la de siempre ganar en el ajedrez.

 


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