Amor a prueba de todo
Me bañé. Busqué entre los perfumes acumulados producto de
los regalos de veintitantos cumpleaños, me esparcí el que juzgué era el mejor
(o mejor dicho el menos malo, disculpen a los que me regalan perfumes cada
año). Tomé del florero una rosa remojada en agua con una aspirina diluida para
aumentar su tiempo de vida, al fin y al cabo, era estudiante de ingeniería
química, sabía que el ácido acetilsalicílico haría ese efecto. Lo que hubiese
querido era “preparar” el terreno sentimental con tarjetitas y regalitos que el
shock económico de los 90s en el Perú no lo permitía. Pero igual, logré el
mismo efecto llevándole resúmenes de soluciones de derivadas e integrales,
románticas cartillas con fórmulas geométricas tridimensionales para diseñar
reactores, formulaciones para cálculos de flujos de fluidos y tablas para
resolver incógnitas de transmisiones de calor, muy útiles, considerando el gran
nivel estudiantil de mi amada, matizadas con el infaltable sabor de algún
chocolate de tres por un sol ideales para compartir ayudando a oxigenar los cerebros
exigidos para poder mantener el nivel de práctica necesario para preparar los
exámenes resolviendo toneladas de problemas de ingeniería.
Averigüé que aquel lunes ella iría a su instituto de
idiomas. Calculé su ruta, sincronicé los horarios, cada noche anterior
imaginaba y perfeccionaba mi plan. Dato que faltaba, dato que preguntaba al día
siguiente con sutileza en la universidad. Las palabras que iba a emitir no eran
un dechado de creatividad, pero las practiqué frente al espejo del baño muchas
veces, no me admitiría ningún titubeo, no quería dar ninguna imagen de duda.
Era un amor a prueba de todo.
Tomé las precauciones para llegar a tiempo con sus márgenes
de seguridad. Esperé de manera dinámica, caminé lentamente contrario al flujo
de los estudiantes que abandonaban el instituto, mostrando mi rosa y repasando
el discurso. Llegué al local, conseguí la complicidad del vigilante quien me
dejó entrar a buscarla. No estaba por ninguna parte. Al otro día le pregunté si
había ido y me dijo: “No pude ir ayer se me presentó un imprevisto familiar”.
Pasó la semana y mi plan tenía que repetirse el lunes siguiente.
Llegó el sábado y después de una clase de geometría
descriptiva sorpresivamente descubrí que me esperaba un ex amor. La vi y
recordé las muchas veces que hice planes para con ella. Planes que se concretaban,
pero sin éxito pues su negativa de compartir el tiempo conmigo era una
constante hasta que la razón me hizo borrarla de mi mente.
Me invitó a caminar por los alrededores de la universidad,
callados dábamos cada paso. Me hizo una seña para sentarnos en la banca de un
parque. Me miró y rompió el silencio.
–Te acepto.
–¿Cómo? – dije sorprendido.
–Después de años creo que ya estamos listos para darnos una
oportunidad.
Emocionado le pedí por favor vernos la semana siguiente. En
esa semana me mentalicé para remontarme a sentimientos perdidos cuatro años
atrás. Allí terminó el amor a prueba de todo, con el fracaso feliz de mis planes
pues no puedo negar que vinieron muchos años felices a partir de allí.
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