Las tres olas

Playa Atahualpa, cercana a la ciudad de Chimbote, norte del Perú, Hugo, un amigo mío, eximio nadador observa el mar bravo y una peculiaridad: las olas se repiten en forma ordenada, lo más notorio es que cada ciclo culmina con tres inmensas olas que arrecian sobre la orilla, olas que son la delicia de todo surfista que llega allí.
Como buen nadador se atreve a disfrutar el mar que hay detrás de la barrera de las olas. Para ello hay que sumergirse y pasar por debajo de aquella pared de agua y viento. Una vez tras pasada esta barrera solo está la visión pacífica del mar bamboleante y como es de tarde, el reflejo diluido del sol que lo ve feliz como emerge y sumerge al ritmo de la respiración del mundo. Pero Hugo sabe que esa felicidad dura sólo 15 minutos, conoce su cuerpo que lo acompaña por 16 años y sabe de los misteriosos calambres que le reprochan en las piernas todos los partidos de fútbol que lleva a cuestas. Su mente se pierde en el mar expandiendo la felicidad de sentirse universal. Pero su mente automáticamente vuelve y le recuerda que ya se va a cumplir el tiempo y que deben regresar. Hace un giro y para sorpresa no ve la orilla. Solo sabe que debe tranquilizarse y mantenerse a espaldas del sol y nadar. El calambre empieza a tirarle el primer músculo y todavía no ve nada seco que se le acerque. Cambia de estilo a algo más instintivo llamado "perrito". El calambre no entiende de emergencias ni de mares. Entonces recuerda, todo lo que la vida le ha dado, todo lo que se ha llevado y sin rezar pide perdón al todopoderoso que a cambio le da resignación. Es cuando sintió que emergía de las aguas y del mundo. Es cuando vio su cuerpo luchando contra el mar y contra si. Es cuando descubrió que había un mundo por encima de él que lo admiraba y se admiró solo con el mar, abandonado a su suerte. Se quedo mirándose extasiado, resignado. Cuando su mente despertó y le susurró a la vida que no era el momento de partir. Debía regresar a hacer el último esfuerzo. ¿Cómo? se preguntó. Y la mente señaló el camino que formaba el sol al despedirse. Y ese camino traía las tres olas que con su sabia y cíclica energía lo regresaron a la orilla. Pareció un sueño pues el cuerpo cansado se rindió en la arena. Lo despertó una mirada. Era un niño que lo miraba preocupado y le daba de cachetadas reanimantes a la vez que le preguntaba si estaba bien. Hugo se despertó a medias, el cuerpo quería descansar más, pero ante la insistencia del niño le tuvo que decir que sí, estaba bien.
- Pero ¿por qué no se levanta?
- Porque estoy cansado
- Pero ¿está bien?
- Si mira - Y Hugo dió un salto felino poniéndose de pie. El niño satisfecho se fue al fin corriendo. Hugo miró al mar, vió la primera de las tres olas que llegaba, caminó unos pasos hacia la arena y se entregó a ella agradecido y extasiado por haber conocido nuevas dimensiones y una nueva oportunidad.
Jorge Atarama Sandoval (dedicado a Hugo Ruiz)

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy interesante en realidad.

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